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Intervención del Presidente de Aragón en el ciclo ``España en el mundo. Una visión desde el interior de sus comunidades y ayuntamiento´´, organizado por el diario El Mundo

Autoridades,

Señoras y señores,

Permítanme iniciar mi intervención con una felicitación y un agradecimiento.

En primer lugar felicitarles por la celebración del vigésimo aniversario del periódico ¿El Mundo¿ y por la acertada iniciativa de este ciclo ¿España en el mundo. Una visión desde el interior de sus comunidades y ayuntamientos¿.

Analizar la realidad de España en el mundo  con una perspectiva de 20 años es una propuesta atractiva para cualquier persona interesada en la actualidad y, más aún, para aquellos que ejercemos responsabilidades públicas.

Al mismo tiempo, quiero agradecer la amable invitación del director de EL MUNDO, Pedro J. RAMÍREZ, a participar en este ciclo. Me permite compartir con ustedes no solo mis reflexiones como Presidente de la Comunidad Autónoma de Aragón, sino también el carácter de la sociedad aragonesa y de sus agentes sociales. Una Comunidad que en los últimos años ha consolidado una transformación que nos ha permitido situarnos como uno de los territorios emergentes de nuestro país.

Permítanme, sin embargo, que aproveche este foro para realizar una reflexión sobre nuestra situación política y económica. Un análisis sobre los treinta años de democracia constitucional, y el papel que en este éxito de convivencia colectiva ha jugado el Estado autonómico. Un repaso a los retos más inmediatos que afrontamos para avanzar en la construcción de la Europa política y el papel que las regiones debemos jugar.

Sin duda, el marco internacional  de estos últimos 20 años se diseña entre dos hundimientos de consecuencias globales: El colapso financiero mundial que nos ha llevado a la actual situación de crisis, y la caída del Muro de Berlín en el campo geopolítico.

La caída del Muro, de la que en estos días conmemoramos el vigésimo aniversario, puso de manifiesto los errores del llamado socialismo real. Un hecho transformador que supuso un cambio radical en la concepción del planeta, al que siguió la mundialización económica y la revolución digital.

No profundizaré sobre las causas y las consecuencias de la crisis financiera. Se ha escrito hasta la extenuación y son de sobra conocidos los efectos que ha tenido sobre las economías mundiales.

Hay sin embargo una consecuencia que no debemos olvidar para evitar que se repitan situaciones similares en el futuro. La vieja receta de que el mercado todo lo puede se ha evidenciado como un fracaso.

Hoy es una evidencia que liberalizar sin regular provoca crisis en el sistema y que el fundamentalismo del mercado produce riesgos pero es incapaz de gestionarlos.

La actual crisis global nos está enseñando, por sus repercusiones sociales, que sería un error suponer que nos encontramos en un paréntesis entre dos etapas brillantes de crecimiento económico. Y nos está enseñando que a la lógica de las soluciones económicas, debemos incorporar dimensiones sociales y ecológicas.

La implicación de la ciudadanía en la construcción de políticas públicas se hace cada vez más necesaria, para evitar situaciones como las vividas estos últimos meses.  Este es el camino que propiciamos los españoles al optar por construir el Estado Autonómico.

Esa apuesta fue la gran novedad de nuestra Constitución. Una apuesta arriesgada que hoy podemos afirmar ha sido todo un éxito. Frente a quienes alertaban sobre el riesgo de la destrucción de España, el Estado autonómico podemos afirmar hoy que ha supuesto la etapa de mayor progreso económico y cohesión social de la historia reciente de España.

Ese Estado compuesto, como lo definió el Tribunal Constitucional, no es sencillo de administrar. Pero son los Estados complejos, generalmente de configuración federal, los que en todo el mundo representan el éxito en la convivencia y en lo económico. Sirvan Estados Unidos, Canadá, Alemania, Austria o Suiza como ejemplos de que complejidad e inestabilidad no van de la mano.

En los últimos meses, las tensiones políticas vividas durante la tramitación de algunos estatutos ¿de segunda generación¿, han llevado a determinados grupos de interés a defender que existen riesgos de desestabilización del Estado.

Lejos de compartir esta idea, considero que sencillamente estamos adaptando nuestro sistema, tras más de 25 años de rodaje, a las nuevas necesidades de una sociedad en constante evolución.

Las tensiones políticas, lejos de ser una fuente de conflicto, son un valor de enriquecimiento democrático. Tan sólo es necesario dotarse de los instrumentos legales para canalizar y resolver los conflictos que puedan surgir.

Y lo mismo cabe decir de la financiación autonómica. Una reforma cuestionada desde determinados foros que todavía no han entendido el sistema descentralizado del que nos hemos dotado.

Las Comunidades Autónomas garantizamos hoy a los ciudadanos la práctica totalidad de los servicios esenciales del Estado del Bienestar. Y en una sociedad cada vez más exigente era necesario adaptar el coste de los servicios a las necesidades reales.

Las Comunidades Autónomas somos Estado, formamos parte esencial del Estado, y por tanto el incremento de las competencias autonómicas no supone el más mínimo adelgazamiento del Estado.

Aragón sintoniza con la reforma del sistema de financiación autonómica que se aprobó en las Cortes el jueves pasado, porque significa un avance sobre el modelo anterior; refuerza la autonomía financiera, lo que redunda en una mayor capacidad de autogobierno; avanza en la suficiencia y en la responsabilidad fiscal, a la vez que subraya la función redistributiva y la solidaridad interterritorial.

Tenemos un reto pendiente. Afrontar las reformas necesarias para que nuestro sistema tenga perfectamente establecido como deben ser las relaciones entre Comunidades Autónomas, y entre estas y el Gobierno central. Adecuar los foros para que determinadas políticas sean pactadas entre el Gobierno de España y los Gobiernos autonómicos.

Sé que en la actual situación de crispación de la política nacional es complicado afrontar estas reformas. Pero es inexcusable hacerlo si queremos completar nuestro marco institucional.

La arquitectura constitucional que empezamos a construir hace 30 años no estará concluida hasta que resolvamos esta cuestión. Y debe hacerse desde el consenso de los grandes partidos, afrontando cuestiones como la reforma del Senado; la regulación de la Conferencia de Presidentes o la participación de las Comunidades Autónomas en los órganos del Estado.

Si el Estado autonómico es hoy una realidad exitosa, el gran reto político que afrontamos las generaciones actuales es la construcción de la Europa política.

Con los positivos resultados del referéndum irlandés sobre el Tratado de Lisboa y al depositar la República Checa sus instrumentos de ratificación en Roma, se ha dado el último paso formal para que el Tratado pueda entrar en vigor.

Un Tratado que debe suponer un nuevo impulso para la construcción de la Europa política. Los ciudadanos europeos vivimos como un éxito la creación de un espacio interior sin fronteras o la adopción del euro como moneda única.

Pero el fuerte desarrollo de los países emergentes, como China, India o Brasil. Junto al permanente crecimiento de potencias históricas como Estados Unidos o Japón nos obligan a avanzar en la consecución de una Europa más fuerte.

Una Europa capaz de articular una política de defensa y exterior comunes. Una Europa fiscalmente homogénea. Una Europa política en la que los derechos de los ciudadanos, el estado de bienestar, la lucha contra la crisis y contra el cambio climático, nos permita acercar las instituciones europeas a la ciudadanía.

En esta tarea, la cercanía de las Comunidades Autónomas a la población y al territorio nos convierte en conocedores y trasmisores privilegiados de sus preocupaciones reales.

Esta proximidad evidencia que las Regiones necesitamos participar cada vez más intensamente en los asuntos europeos, no sólo como gestores de sus políticas, sino también como actores de las mismas.

Soy bien consciente de la heterogeneidad de las regiones europeas. Especialmente las que nos separan a las que pertenecemos a Estados como Alemania, Bélgica, Austria o España, donde poseemos capacidad legislativa; de otros cuyo ejemplo más evidente es Francia.

Desde esta diversidad, soy un profundo defensor de la gobernanza multinivel, porque es una de las mejores garantías de control de las sociedades democráticas. Los distintos niveles de gobierno son una tradición en Europa que debemos preservar.

En Aragón somos europeístas practicantes.

Lo pone de manifiesto nuestra participación en consorcios y redes de cooperación transfronteriza como la Comunidad de Trabajo de los Pirineos, la Conferencia de Regiones Periféricas y Marítimas, la Asociación de Regiones Fronterizas Europeas o la Conferencia de Presidentes de Regiones con Poder Legislativo, en la que detentamos la presidencia desde primeros de mes.

El proyecto político de Aragón no es concebible ni al margen de España ni al margen de la Unión Europea. Cuando insistimos en el túnel ferroviario de baja cota, en la llamada Travesía Central del Pirineo, que se corresponde con el eje 16 de las Redes Transeuropeas de Transporte, reivindicamos no sólo una infraestructura física que conecta la Península y Aragón con Europa.

Reivindicamos también, la permeabilidad política y la seguridad nacional. Este eje será una pieza fundamental de seguridad en el espacio geográfico más complejo de nuestro país.

Desde que España y Portugal se integraron en la Unión, el tráfico de mercancías a través de los Pirineos se incrementa a un ritmo de un 10% anual.

En los próximos años, esta realidad crecerá todavía más por los intercambios que surgen con los nuevos países miembros de la Unión, y por los flujos de transporte crecientes entre el Magreb y Europa.

Las dos únicas conexiones entre España y Francia están situadas en los extremos del Pirineo: Hendaya y La Junquera.

Soportan el 76% del tráfico de vehículos y hoy están a punto de sufrir un colapso que puede poner en riesgo el tráfico de mercancías entre la Península Ibérica y el resto de Europa.

Una conexión por el Pirineo Central, proporcionaría seguridad a nuestras conexiones; ofrecería mayores garantías ambientales y daría mucha más capacidad al transporte entre la Península Ibérica y Europa.

Y hacerlo por el Pirineo Central es técnicamente posible y políticamente deseable porque, además de contribuir a una mayor vertebración territorial, contribuirá a una mejor vertebración política, más acorde con la realidad de un país descentralizado y una Europa de las regiones.

Aragón carece de problemas identitarios. Tiene perfectamente definido su papel en España. No tenemos dudas en este sentido y hemos demostrado que se puede tener éxito sin tensiones centrífugas.

El reequilibrio de España pasa inexorablemente por un fortalecimiento de los territorios que han sido menos favorecidos en el siglo XX.

Debe ser un proyecto de Estado facilitar las condiciones para lograrlo y también que aquellas sociedades que se manifiestan más cómodas en España, como la aragonesa, no tengan la sensación de que esta lealtad les penaliza.

Aragón es una pieza de seguridad en el contexto geopolítico más complejo de nuestro país. Nuestro desarrollo debe ser una cuestión de Estado, porque será una demostración de que sin necesidad de generar permanentes tensiones se puede tener éxito.

Los aragoneses hemos salido del aislamiento que durante el siglo XX provocó nuestra situación en el interior de la Península. Los nuevos sistemas de transporte y una política económica basada en la sociedad del conocimiento han sido determinantes para algunos de nuestros éxitos.

Habíamos emprendido una senda de crecimiento continuado por encima de la media nacional, basado en una apuesta por la sociedad del conocimiento.

Un modelo económico que definimos en la llamada Iniciativa Estratégica de Crecimiento, que marcaba las líneas para diversificar y modernizar nuestra economía y que se cimenta en cinco sectores: Logística, tecnologías de la información y la comunicación, energías renovables, agroindustria y turismo.

Una propuesta que nos ha permitido que en estos momentos de crisis nuestra tasa de desempleo se mantenga en el 12%, seis puntos por debajo de la media nacional. Al nivel de Navarra, País Vasco o La Rioja. Apenas dos puntos más que Estados Unidos o Francia.

Esta contención ha sido posible gracias al desarrollo de sectores productivos como los que mencionaba. Aragón es hoy líder en la apuesta logística en el sur de Europa.

Disponemos de 30 millones de metros cuadrados de suelo logístico-industrial, agrupados en una red de plataformas logísticas, cuyo centro neurálgico es la Plataforma Logística de Zaragoza (PLAZA), con más de 1.300 hectáreas, y que es la  mayor realidad logística de Europa.

Sin duda PLA-ZA responde a nuestras necesidades y también a las directivas europeas sobre transporte intermodal que demanda plataformas de intercambio localizadas cerca de los grandes mercados que potencien el desarrollo socioeconómico y la creación de empleo.

En sectores como el de la Tecnologías de la Información y la Comunicación, que está llamado a asumir un peso creciente en la economía, nuestra tasa de trabajadores duplica a la media española.

Contamos con una potente industria agroalimentaria, con ocho denominaciones de origen, que nos permite mantener el valor añadido del sector agropecuario en el territorio.

Quiero destacar el sector del turismo. En esta última década hemos logrado un modelo de desarrollo turístico sostenible en sus aspectos ambientales y sociales. Planteamos una de las ofertas turísticas más innovadoras de Europa, basada en una visión integral del ocio y en la perfecta conjunción entre naturaleza, patrimonio histórico y medio rural vivo.

En Aragón el turismo de nieve oferta el mayor dominio esquiable de España. Y es especialmente importante cuando se observa que los lugares en los que se encuentran los centros invernales son los mismos que durante largas décadas se han visto especialmente castigados por la emigración y la despoblación. El año pasado ya alcanzamos el privilegio de liderar el sector del turismo de invierno en España.

Hoy el turismo representa cerca del 8% de nuestro PIB, más del doble que el sector de la automoción. Un dato que puede dar una idea de la transformación sufrida por nuestra economía.

Pero si un sector será determinante para marcar la capacidad de los territorios en el siglo XXI será el de las energías renovables.

Aragón produce casi el doble de la energía eléctrica que consume y ya hoy casi el 70% de nuestro consumo procede de fuentes renovables.

Tenemos un reto en el horizonte más inmediato. Resolver la situación de Opel. Pasado mañana me reúno en Zaragoza con el nuevo presidente Europeo de la marca. Y quiero anticiparles que estoy plenamente confiado en que la negociación se resolverá de forma favorable.

Hemos mantenido en los últimos meses que las elecciones alemanas estaban distorsionando las negociaciones y los hechos así lo han confirmado. Pese a estas dificultades, alcanzamos un acuerdo con Magna mucho más beneficioso de lo planteado inicialmente. Con General Motors pretendemos partir de la situación ya negociada.

La multinacional americana conoce bien la factoría de Zaragoza y siempre la ha considerado como una de las más eficientes de Europa.

Una negociación que, como siempre hemos hecho, la llevaremos de mutuo acuerdo con los trabajadores.

Señoras y señores:

Esta es la visión que desde Aragón, una Comunidad Autónoma de interior, tenemos de España en el mundo.

Una realidad basada en el diálogo y la negociación. Cimentada en la lealtad al conjunto.

Afrontamos una situación difícil, cuyo efecto más pernicioso ha sido el desempleo. Comparto que lo más difícil de la crisis ha pasado y en Aragón entraremos en tasas de crecimiento positivas en los meses inmediatos.

En Aragón nos anticipamos al futuro y hemos resistido mejor la situación que las Comunidades de nuestro entorno.

De cara al futuro saldrán fortalecidos quienes sean capaces de adoptar las decisiones correctas: economía del conocimiento; apuesta por la formación y el capital humano y diversificación son los tres elementos fundamentales para encarar el futuro.

Y especialmente el diálogo y la concertación social entre gobiernos, empresarios y sindicatos. En Aragón hemos sido capaces de mantener estos acuerdos incluso en los momentos de mayores dificultades y las medidas anticrisis adoptadas lo han sido de mutuo acuerdo entre todos.

Y por último política. Política para regular los mercados, establecer normas y vigilar su cumplimiento. Garantizando la necesaria protección social de los más desfavorecidos.

Las crisis hay que contemplarlas como una oportunidad de futuro. Y la profundidad y las consecuencias que la actual ha tenido en todo el planeta marcarán un antes y un después. Aragón se ha preparado para la nueva etapa de crecimiento que, sin duda, iniciaremos en los meses inmediatos.

Muchas gracias.